LECTURAS DIARIAS

La esperanza es la virtud que nos hace atravesar momentos difíciles. Es imposible hablar de esperanza sin tener en cuenta el tiempo. La esperanza se confronta con la ansiedad, ese sentimiento que debemos dominar para no desestabilizarnos ante adversidades. El tiempo que transcurre entre el ahora de nuestro sufrimiento y el mañana de nuestro gozo debe llenarse de esperanza, ya que ese gozo prometido es algo mucho más grande y profundo que el sufrimiento.

Observamos muchas veces cómo la ansiedad pretende acortar la brecha entre presente y futuro, y nos termina “devorando” a nosotros mismos. Absortos y ensimismados nos quedamos paralizados sin poder salir de la angustia. Es lo que nos pasa en tantas ocasiones en la vida, como cuando estamos ante una situación drástica inminente: una cirugía, una mudanza, conflictos varios… o también pensemos en las tantas veces que nos sentimos ahogar en un vaso con agua.

Sin embargo, debemos desarrollar la capacidad de ver y enfocar hacia
la salida, ver lo nuevo que se avecina. La esperanza es la que nos contiene y alienta a avanzar. Es de ese modo que Jesús nos invita a caminar tras sus pasos, a sobrellevar la angustia, porque al final de todo habremos sentido que valió la pena.

Venga tu reino, Señor, la fiesta del mundo recrea, y nuestra espera y dolor transforma en plena alegría.


Envía tu luz y tu verdad, para que ellas me enseñen el camino que lleva a tu santo monte, al lugar donde tú vives.

Salmo 43,3

El camino de la oración suele suceder partiendo de la angustia hacia la confianza plena. Como el salmista, muchas veces nos vemos atrapados en situaciones de aflicciones, y al compartir esa situación con Dios, se nos alivia la carga que debemos soportar. Esto no significa que Dios esté al servicio de nuestros caprichos. Al momento de dirigirnos a él debemos ser receptivos de su total guía, de su luz para nuestra oscuridad. Debemos dejarnos llevar por él a su monte santo, desde donde podremos ver con claridad.

Estimado lector, hágase una invitación a orar en cualquier momento del día, diríjase a Dios con plena confianza que él lo sostendrá y lo guiará en su sabiduría. Anímese a ir al encuentro del Padre.

Pidamos al Señor que nos envíe su luz y su verdad para guiarnos en el camino. Amén.

Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda verdad.

Juan 16,13

Quizá de las tres personas de la Trinidad el Espíritu Santo sea la más relegada. Es común escuchar del Padre, o sobre el Hijo, pero el Espíritu Santo sólo pareciera estar reservado para Pentecostés. Sin embargo, Jesús le asigna un papel protagónico en la vida de esas primeras comunidades, que nos alcanza hasta hoy. Jesús nos dice: el Espíritu los guiará a la verdad. Estas palabras no pierden vigencia ante un mundo en el que se habla de valores, pero no se ponen en práctica.

Estas palabras nos invitan a dejarnos guiar por el Espíritu, para alcanzar la verdad de los hijos de Dios, la verdad de una vida que quiere ser un reflejo de la vida de Jesús.
La verdad que nos lleva a ponernos en segundo lugar, verdad que nos ayuda a vencer el egoísmo, la soberbia y las ambiciones.

Hay tantas cosas que, como esos discípulos, tampoco nosotros podemos comprender. Pero no nos desanimemos, el Espíritu Santo está con nosotros, él nos guiará, sólo debemos dejarlo actuar.

Ven hoy a nuestras almas, infúndenos tus dones, soplo de Dios viviente, oh Santo Espíritu del Señor.

Lo que les he dicho los ha llenado de tristeza.

Juan 16,6

Si a nosotros hoy nos cuesta desprendernos del confort del mundo para aceptar a Cristo en nuestras vidas, cuánto más les habrá costado a estos discípulos que aún no lograban comprender lo que sucedía, y que a diferencia de nosotros, aún no conocían el milagro de la resurrección.

Jesús les asegura que su partida es para un bien superior. Sin embargo, se entristecen. Es que aunque el corazón está dispuesto, la carne es débil. Los invadía la tristeza, el temor y la duda.

Lejos de juzgarlos, Jesús les da un mensaje de aliento, les hace una promesa, asume un compromiso. Les anuncia que enviará un defensor, que no estarán solos, que éste les ayudará a comprender y vivir sus enseñanzas.
Esa promesa fue cumplida y el defensor está entre nosotros, deseoso de ingresar a cada uno de nuestros corazones, para darnos la fuerza y la sabiduría que necesitamos para abandonar el confort del mundo y vivir la vida como cristianos auténticos y comprometidos.

Pidamos al Señor que nos llene con su Espíritu y que sea él quien nos guíe a la verdadera felicidad. Amén.

Los expulsarán de las sinagogas, y aún llegará el momento en que cualquiera que los mate creerá que así presta un servicio a Dios.

Juan 16,2

¿Cuál es el precio de la salvación?

Cuando leemos sobre el sufrimiento, muchas veces nos da la sensación de decir: “sufrir por seguir a Cristo”, y puede suceder que hasta nos desanimemos.

Pero Jesús promete enviar al Espíritu Santo, que va a acompañar a todo aquel que necesite, para que pueda encontrar cabida y compañía.

Hoy, los que seguimos a Cristo quizás no debemos pasar por persecuciones. Sin embargo hay otro tipo de sufrimiento que suele pesar: las críticas, la burla, el desánimo (hasta de los propios familiares). Son ofensas que suelen frustrarnos. Todo esto, por elegir compartir un espacio comunitario en el cual vivir la fe en Dios.

Jesús ya había dicho que seguirle no sería sencillo, y en esos momentos no debemos dudar de nuestra fe.
Los discípulos vieron el sufrimiento de Jesús y sufrieron en carne propia la violencia, la persecución y la muerte, pero no desistieron porque habían recibido el Espíritu Santo que el propio Jesús había soplado sobre ellos.

¡Qué bueno es saber que ellos nos dejaron la enseñanza que Dios nos ayuda a través de su Espíritu!

Que frente a la adversidad, podamos mantenernos siempre firmes en la fe.

Si ustedes fueran del mundo, la gente del mundo los amaría como ama a los suyos. Pero yo los escogí a ustedes entre los que son del mundo, y por eso el mundo los odia, porque ya no son del mundo.

Juan 15,19

Y bueno: si somos de los que fuimos escogidos, que ya no son del mundo, ya no debemos formar parte de las cosas que dañan, que lastiman, que perjudican o hacen mal a nuestro prójimo. Al contrario, debemos ser parte de los que hacen todo lo posible para que haya más justicia, más dignidad, más igualdad, más pan.

Alejarnos del mundo, separándonos también de las cosas que dañan: chismes, vicios, peleas, brujería… porque nos apartan de la presencia del que nos eligió.
¡Que privilegio, ser elegido por Jesús! Ser elegidos para una misión y para formar parte de las actividades de una comunidad. Ser elegidos para hacer el bien, para perdonar, para amar, para servir.

¡Qué bueno es aprovechar esa oportunidad que nos regala Dios, para invitar a otros y otras a unirse en esta tarea!

Gracias, Señor, por el privilegio de ser elegidos por ti. Ayúdanos a serte fieles. Amén.

Esto, pues, es lo que les mando: que se amen unos a otros.

Juan 15,17

¿Qué es amar? Es no encontrar defecto en el otro. Es ser tolerante. Amar es desear lo mismo al otro que para mí. Es ser piadoso y dar una mano al necesitado. Amar es creer que Dios me amó primero, y sobre todas las cosas.

Si tengo ese amor por mi prójimo, entonces demuestro que acepto el amor de Dios en mi vida.

Aunque sufra el desprecio del otro, en mi corazón no debe haber lugar para el odio, porque el mandamiento de Dios es capaz de darnos paz. Quien puede actuar de tal manera, comprende que Jesús entregó su vida por cada uno de nosotros.
También es cierto que es fácil amar cuando nos aman, pero, ¡qué difícil es amar a alguien que es prepotente, arrogante y que está pasando por un problema y necesita de nuestra ayuda! Nos podemos sentir frustrados, impotentes. Quizás hasta podemos entender que sólo nos resta una salida: ponerlo todo en manos de Dios, que tiene poder y autoridad para cambiarlo.

Señor, te encomendamos a todas aquellas personas que tengan alguna dependencia y dificultad que no les permite amar en plenitud. Ten compasión de ellos. Amén.

Jesús dice: Si ustedes permanecen unidos a mí, y si permanecen fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran y se les dará.

Juan 15,8

En un tiempo, me preguntaba cuál sería el secreto de una “buena oración”, a fin de que Dios responda a nuestras peticiones. A veces “instalaba” la inquietud en algún grupo de oración. Generalmente me decían: “Y, querida, tenés que tener fe, no pares de orar, algún día Dios te dará lo que pidas”. Pero, a decir verdad, muchas veces sentía que mis oraciones caían en saco roto… no me animaba mucho y pensaba que así no tenía sentido la cosa.

Aunque cierto es, por otro lado, que Dios quiere que perseveremos.
Un día leí el versículo de referencia, más otro que dice: Deléitate en Jehová tu Dios, y él te dará las peticiones de tu corazón (Salmo 37,4). De pronto, ¡zás!, “¡me cayó la ficha!”. Debía deleitarme en primer lugar en su presencia y en pedir conforme a su voluntad, y desde ya, la oración cobra una dinámica distinta. Aunque Dios tampoco se rige en base a métodos, su Espíritu es el que nos mueve si permanecemos unidos y fieles a él.

Señor, a veces no sabemos cómo orar, pero el Espíritu Santo intercede por nosotros.

Aunque pase por el más oscuro de los valles, no temeré peligro alguno, porque tú, Señor, estás conmigo, tu vara y tu bastón me inspiran confianza.

Salmo 23,4

Quien más, quien menos, a todos nos toca vivir etapas mas difíciles. Nos hace bien reconocer que Dios está también muy cerca de nosotros, cuando todo parece que son reveses. Pero es en esos momentos cuando su palabra cobra una fuerza increíble, transmitiéndonos – como por ejemplo el Salmo 23 – un “no sé qué” indescriptible que nos anima a seguir, nos fortalece y renueva nuestra vitalidad.
Sabemos que no lo hace sólo para que nos sintamos mejor, sino también para recordarnos nuestra responsabilidad ante tantos que sufren, a quienes deberíamos llevar una palabra de consuelo, sin omitir alguna ayuda práctica, tal como Dios lo hizo con nosotros a través de otras hermanas y hermanos.

Enséñanos, Señor, a extraer de cada situación lo que sea mejor para crecer junto a otros, conforme a tu voluntad.

Jesús dijo: el Espíritu Santo, el Defensor que el Padre va a enviar en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que les he dicho.

Juan 14,26

Jesús, durante su vida terrenal, nos reveló con dichos y hechos el carácter de Dios y su voluntad para con sus hijos.

Luego, al irse, en su gran amor nos envió el Espíritu Santo para que nos guíe, fortalezca y nos recuerde sus enseñanzas, ayudándonos a interpretar adecuadamente su Palabra. Claro que eso requiere también leerla, meditarla y compartirla.
Gracias a Dios que podemos contar con este Defensor, el Espíritu Santo, el que anhela estar con cada uno de nosotros individualmente, pero que a la vez cobra especial fuerza cuando nos reunimos con otras hermanas y hermanos, ya sea para orar, escuchar la Palabra o trabajar juntos, enseñándonos a respetarnos y ser solidarios unos con otros.

Ojalá seamos concientes de tan valiosa oportunidad.

¡Gracias, Padre, por semejante regalo! Ayúdanos a discernirlo y aprovecharlo.